sábado, 24 de septiembre de 2011

El barco


Aqui va un cuentecito, fantástico y viejo, tenerlo en cuenta, hace tiempo que lo escribí, jeje.

Y allí estaba yo, como todos los días, vigilando el mar. Era una tarde soleada, de esas que escasean, el agua reflejaba las nubes doradas por el sol, y todo estaba apaciblemente tranquilo. No soplaba ni una pizca de aire y yo estaba sentado en mi vieja hamaca admirando ese bello atardecer. De pronto, algo extraño, digo extraño porque hace mucho que no ronda un alma por estas aguas, divisé un barco. Era un barco precioso, grande, y ya tenía sus años, más que yo, y ya es decir. Me alegré de ver a alguien por estas aguas porque la vida de farero es muy triste la verdad. Cuando acabó mi turno, que es bastante flexible ya que soy el único que existe en esta apartada orilla, cené, leí y dormí. Dormí muy bien, cosa rara porque nunca puedo pegar ojo, debía ser por la visita de aquel misterioso barco. Los días siguientes fueron muy parecidos, la verdad es que siempre hago lo mismo, pero es que todos los días cuando vigilaba el mar, divisaba el mismo barco en el mismo sitio. Al principio pensaba que estarían pescando allí y por eso habían echado el ancla, pero al cabo de un mes aquella suposición ya se me hacía sospechosa. Me interesé tanto por el dichoso barco que cogí mi catalejo de mayor alcance para ver si veía en él a algún habitante y se calmaba mi curiosidad. Estuve unas tres horas enfocando a las distintas partes del barco, y allí no parecía haber el menor rastro de vida. Conforme pasaban los días, mi curiosidad aumentaba, era como una llama que me ardía dentro, necesitaba averiguar la procedencia y la causa por la cual había llegado hasta allí. Los días pasaban, Las semanas pasaban y mi curiosidad llegó a tal extremo que una mañana decidí coger mi vieja barca y embarcarme en la aventura de averiguar qué o quien había en ese barco. Al amanecer tomé rumbo hacia él, era tal mí ansiedad que llegué a mi destino en pocos minutos. Conforme me acercaba, me iba invadiendo una sensación de miedo, angustia, intranquilidad, suspense, sentía un vacío en el estómago que no era precisamente hambre. Cuando llegué a aquel misterioso barco, la tensión se me hacía inaguantable, hasta el más pequeño músculo de mi cuerpo estaba tenso. Me levanté como buenamente pude y entré en el barco. Fui directamente al camarote ya que en cubierta no había nadie. Después de hacer una detallada observación de todo lo que me rodeaba, llegué a la conclusión de que allí no había y nunca había habido nadie. De una de las paredes colgaba un antiguo y radiante espejo, en el cual tuve la tentación de mirarme. De haber sabido lo que ocurriría, jamás lo hubiera hecho. Sucedió algo que cambió mi vida, y de qué manera. Pasé de un estado a otro, de la noche al día, de blanco a negro, cuando me miré en ese fantasmal espejo no vi nada, sí como oyen, nada, ni siquiera mi reflejo, eso era lo que más me preocupaba. Me senté en un pequeño baúl, porque no me podía tener en pie, había sido un duro golpe. Después de recapacitar recordar todo lo que me acababa de ocurrir, llegué a la conclusión(ya que no podía ser de otra manera) de que yo estaba muerto. Llegué a la conclusión de que mi vida se había terminado, había acabado. Me sentí afligido y decidí salir a tomar el aire. Ya en cubierta se apoderó de mí una extraña fuerza sobrenatural que invadió absolutamente todo mi cuerpo. En ese instante parecía flotar, miré hacia abajo y vi que mis pies no tocaban el suelo. Y Seguí ascendiendo y ascendiendo hasta perderme en el infinito.

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